Pero poco a poco el paseíto se convirtió en una
costumbre y Clementina se sentía cada vez más
satisfecha de su nueva vida. Arturo no sabía nada,
pero sospechaba que ocurría algo: “¿De qué demonios
te ríes? Pareces tonta”, le decía.
Pero Clementina, esta vez, no se preocupó en
absoluto.
Ahora salía de casa en cuanto Arturo volvía la
espalda.
Y Arturo la encontraba cada vez más extraña, y
encontraba cada vez la casa más desordenada, pero
Clementina empezaba a ser verdaderamente feliz y las
regañinas de Arturo ya no le importaban.