Página 19 - El principito

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—Como el planeta da ahora una vuelta completa cada minuto, yo no tengo un segundo de
reposo. Enciendo y apago una vez por minuto.
—¡Eso es raro! ¡Los días sólo duran en tu tierra un minuto!
—Esto no tiene nada de divertido —dijo el farolero—. Hace ya un mes que tú y yo estamos
hablando.
—¿Un mes?
—Sí, treinta minutos. ¡Treinta días! ¡Buenas noches!
Y volvió a encender su farol.
El principito lo miró y le gustó este farolero que tan fielmente cumplía la consigna. Recordó las
puestas de sol que en otro tiempo iba a buscar arrastrando su silla. Quiso ayudarle a su amigo.
—¿Sabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando quieras...
—Yo quiero descansar siempre —dijo el farolero.
Se puede ser a la vez fiel y perezoso.
El principito prosiguió:
—Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres zancadas. No tienes que hacer
más que caminar muy lentamente para quedar siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás... y
el día durará tanto tiempo cuanto quieras.
—Con eso no adelanto gran cosa —dijo el farolero—, lo que a mí me gusta en la vida es dormir.
—No es una suerte —dijo el principito.
—No, no es una suerte —replicó el farolero—. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Mientras el principito proseguía su viaje, se iba diciendo para sí: "Este sería despreciado por los
otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único
que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo. Lanzó un suspiro de
pena y continuó diciéndose:
"Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es demasiado pequeño y no
hay lugar para dos..."
Lo que el principito no se atrevía a confesarse, era que la causa por la cual lamentaba no
quedarse en este bendito planeta se debía a las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría
disfrutar cada veinticuatro horas.
XV
El sexto planeta era diez veces más grande. Estaba habitado por un anciano que escribía
grandes libros.
—¡Anda, un explorador! —exclamó cuando divisó al principito.
Este se sentó sobre la mesa y reposó un poco. ¡Había viajado ya tanto!
—¿De dónde vienes tú? —le preguntó el anciano.
—¿Qué libro es ese tan grande? —preguntó a su vez el principito—. ¿Qué hace usted aquí?
—Soy geógrafo —dijo el anciano.
—¿Y qué es un geógrafo?