Página 28 - El principito

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—¿Tienes sed, tú también? —le pregunté. Pero no respondió a mi pregunta, diciéndome
simplemente:
—El agua puede ser buena también para el corazón...
No comprendí sus palabras, pero me callé; sabía muy bien que no había que interrogarlo.
El principito estaba cansado y se sentó; yo me senté a su lado y después de un silencio me dijo:
—Las estrellas son hermosas, por una flor que no se ve...
Respondí "seguramente" y miré sin hablar los pliegues que la arena formaba bajo la luna.
—El desierto es bello —añadió el principito.
Era verdad; siempre me ha gustado el desierto. Puede uno sentarse en una duna, nada se ve,
nada se oye y sin embargo, algo resplandece en el silencio...
—Lo que más embellece al desierto —dijo el principito— es el pozo que oculta en algún sitio...
Me quedé sorprendido al comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando
yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda
que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro.
Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón...
—Sí —le dije al principito— ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les
embellece es invisible.
—Me gusta —dijo el principito— que estés de acuerdo con mi zorro.
Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me
sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la Tierra.
Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento
y me decía: "lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible... "
Como sus labios entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: "Lo que más me emociona de
este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en él como la
llama de una lámpara, incluso cuando duerme... " Y lo sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas
hay que protegerlas: una racha de viento puede apagarlas...
Continué caminando y al rayar el alba descubrí el pozo.
XXV
—Los hombres —dijo el principito— se meten en los rápidos pero no saben dónde van ni lo que
quieren. . . Entonces se agitan y dan vueltas...
Y añadió:
—¡No vale la pena!...
El pozo que habíamos encontrado no se parecía en nada a los pozos saharianos. Estos pozos
son simples agujeros que se abren en la arena. El que teníamos ante nosotros parecía el pozo de un
pueblo; pero por allí no había ningún pueblo y me parecía estar soñando.
—¡Es extraño! —le dije al principito—. Todo está a punto: la roldana, el balde y la cuerda...
Se rió y tocó la cuerda; hizo mover la roldana. Y la roldana gimió como una vieja veleta cuando el
viento ha dormido mucho.
—¿Oyes? —dijo el principito—. Hemos despertado al pozo y canta.
No quería que el principito hiciera el menor esfuerzo y le dije:
—Déjame a mí, es demasiado pesado para ti.