Página 30 - El principito

Versión de HTML Básico

28
—¿Quizás por el aniversario?
El principito se ruborizó una vez más. Aunque nunca respondía a las preguntas, su rubor
significaba una respuesta afirmativa.
—¡Ah! —le dije— tengo miedo.
Pero él me respondió:
—Tú debes trabajar ahora; vuelve, pues, junto a tu máquina, que yo te espero aquí. Vuelve
mañana por la tarde.
Pero yo no estaba tranquilo y me acordaba del zorro. Si se deja uno domesticar, se expone a
llorar un poco...
XXVI
Al lado del pozo había una ruina de un viejo muro de piedras. Cuando volví de mi trabajo al día
siguiente por la tarde, vi desde lejos al principito sentado en lo alto con las piernas colgando. Lo oí que
hablaba.
—¿No te acuerdas? ¡No es aquí con exactitud!
Alguien le respondió sin duda, porque él replicó:
—¡Sí, sí; es el día, pero no es este el lugar!
Proseguí mi marcha hacia el muro, pero no veía ni oía a nadie. Y sin embargo, el principito replicó
de nuevo.
—¡Claro! Ya verás dónde comienza mi huella en la arena. No tienes más que esperarme, que allí
estaré yo esta noche.
Yo estaba a veinte metros y continuaba sin distinguir nada.
El principito, después de un silencio, dijo aún:
—¿Tienes un buen veneno? ¿Estás segura de no hacerme sufrir mucho?
Me detuve con el corazón oprimido, siempre sin comprender.
—¡Ahora vete —dijo el principito—, quiero volver a bajarme!
Dirigí la mirada hacia el pie del muro e instintivamente di un brinco. Una serpiente de esas
amarillas que matan a una persona en menos de treinta segundos, se erguía en dirección al principito.
Echando mano al bolsillo para sacar mi revólver, apreté el paso, pero, al ruido que hice, la serpiente se
dejó deslizar suavemente por la arena como un surtidor que muere, y, sin apresurarse demasiado, se
escurrió entre las piedras con un ligero ruido metálico.
Llegué junto al muro a tiempo de recibir en mis brazos a mi principito, que estaba blanco como la
nieve.
—¿Pero qué historia es ésta? ¿De charla también con las serpientes?
Le quité su eterna bufanda de oro, le humedecí las sienes y le di de beber, sin atreverme a
hacerle pregunta alguna. Me miró gravemente rodeándome el cuello con sus brazos. Sentí latir su
corazón, como el de un pajarillo que muere a tiros de carabina.
—Me alegra —dijo el principito— que hayas encontrado lo que faltaba a tu máquina. Así podrás
volver a tu tierra...
—¿Cómo lo sabes?
Precisamente venía a comunicarle que, a pesar de que no lo esperaba, había logrado terminar mi
trabajo.