Paulina se agachó, apartó la arena con la mano e
iluminó con la linterna un pequeño escarabajo de
piedra negra.
Colette rió, más
nerviosa
que divertida:
—¡Estás obsesionada con los escarabajos, Pam!
—
¡Uf!
—resopló Pamela—. Parecía de verdad.
Hasta allí, el suelo siempre había sido de tierra
apisonada. En cambio, en aquella sala había bal-
dosas, aunque estaban cubiertas por una gruesa
capa de
arena
que se había acumulado con el
tiempo.
Entre las baldosas destacaban cuatro escarabajos
en relieve, que señalaban cuatro direcciones dis-
tintas.
Nicky rebuscó entre sus
herra-
mientas
, sacó un cincel y empe-
zó a arrancar uno de los
escara
-
bajos
.
En pocos minutos, lo arrancó con
facilidad
.
Debajo del animal había un jeroglífico.
E
N EL
LABERINTO