vez no se atrevían a contradecirlo… ¡era tan se-
vero y
AUTORITARIO
!
—No hay nada de qué preocuparse —concluyó el
profesor Peter Ratterson, muy resuelto—. Ya ve-
réis, dentro de un par de días, vuestro
profesor
volverá con el rabo entre las piernas, después de
cavar unos cuantos hoyos inútiles en la
arena
.
Las chicas estaban indignadas: ¡cuánta indiferen-
cia hacia un colega!
Por
SUERTE
, Dunya, la ayudante del profesor
Ratterson, dio un paso adelante, visiblemente
preocupada.
—¿Seguro que Bart no os ha dejado nada? —les
preguntó a las chicas del Club de Tea
con
i nqu i e t ud
—. ¿Ni siquie-
ra una nota?
Colette no podía dejar de admirar
el
de su cabello, tan oscu-
ro que tenía
reflejos
azu-
les, y le susurró a Paulina:
d
esaparecido
d
esaparecido