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Estaba todo preparado para el viaje a Schwetzingen cuando sonó el teléfono.
—Sí, soy Lydia. Dime, hermano (…) ¡No, no puede ser! ¿Es grave?
—……….
— Pero ¿bien de verdad? Por lo que más quieras, Carlos Ángel, no me
engañes. ¿Cómo está Iñaki?
—………
—Menos mal. ¡Ay, Dios mío, qué desastre! Y ahora, ¿qué hacemos?
—……..
—Pero ¿qué dices? ¿Jago y yo? ¿A Alemania? ¡Te has vuelto loco! Nada
menos que a Alemania…
La furgoneta Mercedes quedó destrozada, siniestro total. Había mucha niebla
y un camión, al entrar en la autovía, la machacó y la dejó hecha papilla. Mi
padre, lleno de cardenales, se salvó de milagro, solo se rompió un brazo. Y mi
tío Carlos se llevó un golpe morrocotudo en la cabeza, quedó inconsciente
unas horas, y luego tenía dolores por todo el cuerpo. Los médicos les
obligaron a los dos a permanecer un día en observación en el hospital.
¡Espárragos en apuros!