Al amanecer llevaron preso a Jesús al Tribunal supremo, la más alta autoridad del pueblo judío. Allí se habían reunido los sumos sacerdotes y los ancianos y doctores de la ley. Estaba el Consejo en pleno. Pedro, queriendo ver qué sucedía, siguió desde lejos a la comitiva hasta el patio del sumo sacerdote Caifás. Los criados y los siervos habían encendido fuego al aire libre, pues la noche era fría. Y Pedro, mezclándose entre ellos, se sentó allí, frente al patio, para calentarse. Se reunió el consejo en pleno para iniciar el proceso. Querían acusar a Jesús como malhechor y poder condenarlo a muerte. Para ello necesitaban testigos. Y surgieron contra Él muchos impostores que se pusieron a acusarle. Pero no era cierto lo que afirmaban, ni podían demostrarlo por más que lo pretendían. Unos falsos testigos lo acusaban diciendo: "Él se ha vanagloriado de poder destruir el templo de Jerusalén, construido por manos humanas, y poder levantar en tres días otro nuevo, sin mediación de mano alguna". También lo acusaron de otras cosas más. Pero, al no haber dos testigos que coincidieran en el testimonio, no podían condenarlo. Jesús, por su parte, no respondía palabra alguna a todas aquellas acusaciones. En esto, se levantó el sumo sacerdote, y, poniéndose en medio de la asamblea, se dirigió a Él y le dijo en voz alta: "¿Por qué no respondes a todas estas acusaciones?" Pero Jesús callaba y no decía ni una palabra. Y, permaneciendo en pie, se dirigió otra vez a Él el sumo sacerdote, y le preguntó con voz fuerte: "¿Eres Tú Cristo, el Hijo de Dios todopoderoso?" Y Jesús dijo: "¡Sí, lo soy! Y veréis al Hijo del hombre sentarse al lado derecho de Dios, en el trono de honor, y venir con las nubes del cielo". Entonces Caifás, rasgando sus vestiduras en señal de espanto, exclamó: "¡Esto es una blasfemia contra Dios! No necesitamos mas testigos. Todos vosotros la habéis oído. Él, simple hombre, afirma ser Hijo del Dios vivo. ¿Qué fallo vais a pronunciar?". Y todos unánimemente lo condenaron a muerte. Algunos comenzaron enseguida a escupirle y a injuriarle. Le daban
puñetazos, le tapaban los ojos y le gritaban: "¡Profeta! ¡Di quién ha
sido!" Y los criados le abofeteaban. |