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Barba Azul se puso a gritar tan fuerte que toda la
casa temblaba. La pobre mujer bajó y se arrojó a
sus pies, deshecha en lágrimas y enloquecida.
—Es inútil, dijo Barba Azul, debes morir.
Luego, agarrándola del pelo con una mano, y
levantando la otra con el cuchillo se dispuso a
cortarle la cabeza. La infeliz mujer,
volviéndose hacia él y mirándolo
con ojos desfallecidos, le rogó
que le concediera un momento para recogerse.
—No, no, encomiéndate a Dios; —y alzando su
brazo...
En ese mismo instante golpearon tan fuerte a la
puerta que Barba Azul se detuvo bruscamente; al
abrirse la puerta entraron dos jinetes que, espada
en mano, corrieron derecho hacia Barba Azul.