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Tan apremiante fue su curiosidad que, sin
considerar que dejarlas solas era una falta de
cortesía, bajó por una angosta escalera secreta y
tan precipitadamente, que estuvo a punto de
romperse los huesos dos o tres veces. Al llegar á
la puerta del gabinete, se
detuvo durante un
rato, pensando
en la prohibición
que le había
hecho su marido,
y
temiendo
que
esta
desobediencia pudiera
acarrearle alguna desgracia. Pero la tentación era
tan grande que no pudo superarla: tomó, pues, la
llavecita y temblando abrió la puerta del gabinete.