Nada más llegar a Tudela, la puse al tanto de mis amigos, de cómo iban mis
estudios en la ikastola y de mi trabajo como recolector de espárragos, que
fue lo más le picó la curiosidad. Así que yo me puse a hablar y hablar...
—¿Sabes? Las esparragueras pueden tener hasta ocho años de antigüedad.
Las de dos o tres años dan pequeños espárragos de mucha calidad, aunque
no tan vistosos como esos enormes que son tan apreciados por los que no
entienden mucho de este tema. Nosotros producimos espárragos de la clase
Blanco de Navarra de un grosor mediano. Cuando llega el momento de la
recolección, en cuanto salen las puntitas de la tierra, sacamos el espárrago
abriendo un hueco en el surco, y con muchísimo cuidado de no romperlo. Es
un trabajo duro y tenemos que hacerlo de noche, antes del amanecer.
—¿Antes del amanecer?, ¿por qué? ¡Qué sueño!...
—Bueno, en tiempo de recolección nos vamos a la cama tempranísimo.
Tenemos que empezar de noche porque los espárragos no pueden recibir la
luz del sol, se volverían de color violeta y eso baja su precio en el mercado.
Y así, desvelados, seguimos charlando hasta que mi madre nos mandó a la
cama. Le hablé del largo cuchillo que utilizamos y de que, una vez que
llevamos los espárragos a casa, los metemos en agua helada para que se
conserven mejor. Después los lavamos, cortamos y clasificamos. Y los
colocamos bien ordenados en cajas de cinco kilos, que son las que se llevan
los restaurantes, nuestros mejores clientes. Mis padres están muy orgullosos
de nuestros espárragos El Reynoceronte Blanco. Cuidan de que estén bien
formados, rectos y de que sus yemas aparezcan perfectamente cerradas.
Son los mejores de Tudela.
—Me ha dicho tu padre que el año pasado ocurrió una desgracia…
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