Antes de cenar y de preparar el equipaje, fuimos a revisar la furgoneta, la
que compró mi abuelo Ángel en los años 60 con enormes sacrificios. Menos
mal que la tenemos siempre a punto y muy bien cuidada. Mis padres no
quieren venderla porque en ella llevamos los espárragos a las ferias y
mercados de los pueblos vecinos. Yo le tengo mucho cariño, ¡es tan bonita
con el rinoceronte blanco pintado en la carrocería! La vieja Volkswagen es
una atracción más de nuestro tenderete, nos trae buena suerte y muchos
compradores.
De modo que, después de comprobar los niveles de aceite, agua y
anticongelante, acomodamos las cajas bien apretadas para que no se
movieran y las cubrimos con sacos de arpilleras. Luego sacamos todo el
hielo que son capaces de almacenar nuestros arcones de congelación y lo
esparcimos sobre los espárragos.
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