Página 19 - 426-416781745-1.pdf

Versión de HTML Básico

—¡Qué se le va a hacer! Nos queda suficiente para el peaje, la gasolina,
unos cafelitos y sándwiches. Pero hijo…, ¡qué carucha se te ha puesto!
—¡Para, mamá, para,,. que vomito!…
Lo que nos faltaba, tenía una colitis terrible, me dolía mucho la barriga, me
sentía morir.
Con dolorosos retortijones, para desaguar por arriba y por abajo, paramos
varias veces en donde pillábamos. Mi madre me obligaba a beber mucho
líquido, le daba miedo que me deshidratara. La pobre estaba muy cansada,
se sentía casi tan mal como yo.
Por motivos económicos, más que por el retraso, nos olvidamos de la parada
programada en un motel para dormir unas horas, de modo que dejamos a un
lado Lyon y proseguimos a duras penas el viaje. Mi madre no podía más, se
le cerraban los ojos. Así que para despabilarse, y cuidar a los espárragos,
paramos en Mulhouse, una ciudad alsaciana.
Yo salí corriendo al lavabo y, mientras tanto, ella echó gasolina y esparció
hielo sobre los espárragos, tan frescos estaban los muy puñeteros, mientras
nosotros íbamos congelados.
Al salir del aseo vi a un chico alemán haciendo autostop que le preguntaba a
un camionero si lo podía llevar. Pero el hombre iba con otro conductor y no
tenía sitio en la cabina. Como el muchacho tenía buena pinta, no lo dudé un
instante.
—Oye, por favor, ¿adónde vas?
—A Baden Baden.
20