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Y
o estaba en la cocina cuando llamó mi tío con la funesta noticia. Mi madre
se sentó a mi lado muy seria y, al rato de estar mirando fijamente las flores
rojas del mantel, me dijo:
—Jago, te necesito. Salimos esta madrugada para Schew…Scheten…,
bueno, para el pueblo de tu amiga Carlota. Aita y el tío Carlos no pueden
conducir. ¿Podrías llamar a tus amigos de Anfas para que nos echen una
mano? Tenemos que recoger los espárragos y dejarlos preparados en la
caseta. Solo hará falta que los rociemos con hielo antes de salir. Es una
pena que la vieja Volkswagen no lleve refrigeración para la carga. Así que
abriguémonos lo mejor posible y marchemos bien temprano porque, ¿sabes,
hijo? ¡Yo no me rindo!
—¿Que nos vamos en la vieja Reynoceronte?
—Me temo que sí. No podemos alquilar una furgoneta. Contamos con poco
más de mil euros para el viaje. ¿Te atreves a venir conmigo, Jago?
Y tanto que me atreví, aquella misma madrugada estábamos de camino a
Alemania. Rumbo a Schwetzingen, la ciudad de Carlota.
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