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Carlota tiene trece años, pero parece mayor porque está muy alta, tiene el
pelo rubio y los ojos azules, como yo. Es mi mejor amiga. Nos conocimos
hace tres veranos en Irlanda, en un campamento para estudiar inglés. Nos
entendimos bien desde el primer día, los dos lo pasábamos pipa en las
marchas al monte, las pistas de tenis y la piscina, pero luego nos gustaba
sacar un ratito cada día para los libros que nos habíamos llevado, escribir
algún cuento o el diario de la jornada, y, sorpresa, un día descubrimos que a
ambos se nos daba muy bien pintar. Ella dibuja unos cómics graciosísimos,
tiene mucho sentido del humor. Mis relatos ilustrados son de lucha, de
aventuras y extraterrestres. Dicen que no lo hago nada mal.
Durante el curso seguimos en contacto por correo electrónico, también nos
enviamos sms y algunos fines de semana hablamos por Skype. Ella me
manda los trabajos que hace en su taller de pintura, y yo me parto de la risa.
Carlota es una chica estupenda.
El verano pasado, como no había dinero en casa para el campamento,
hicimos un intercambio. Carlota vino a Tudela en Semana Santa, en la época
de los espárragos, y yo la visité en verano.
Mi amiga vive en la ciudad monumental de Schwetzingen. Ella no es de
campo, su padre es comisario de policía y su madre, diseñadora gráfica;
trabaja en GoYa!, una agencia de publicidad de Heidelberg.
¡Qué bien nos lo pasamos! Me gustó mucho Alemania; las ciudades parecen
sacadas de un cuento de hadas, de esos que te leen cuando eres pequeño.
Los bosques y campos son tan verdes como los nuestros y las vacas,
blancas y negras, se parecen a las navarras.
Y también nos lo pasamos genial cuando ella vino a Tudela. Salimos a
pasear en bici, fuimos al cumpleaños de mi primo Mikel y a jugar al cuatro y
medio en el frontón. Me acompañó una tarde a Anfas, la organización de
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