Alzó la mirada hacia los monitos, que nos obser-
vaban con curiosidad desde las vigas del techo.
Emitió unos extraños sonidos:
—
¡Grk krkkk sgnk!
Al instante, los monos se lanzaron contra los
tres y empezaron a golpearlos con piedras,
nueces, corazones de fruta y cuanto tenían al
alcance de sus patas.
¡Y cómo mordían!
Estaban furiosos y lanzaban unos aullidos tan
terribles que se me puso el pelaje de gallina.
Los tres malhechores gritaron aterrorizados:
—¡Socorro! ¡Detened a los monos! ¡Piedad!
¡Haremos todo lo que queráis!
—¡No, no robaréis esta piedra!
¡Ha pertenecido a mi pueblo desde siempre!