Clementina pensó:
“Valla, ya he vuelto a decir una tontería.
Tendré que andar con mucho cuidado o Arturo va a
cansarse de tener una mujer tan estupida…”
Y se esforzó en hablar lo menos posible. Arturo se
dio cuenta enseguida y afirmó: “Tengo una
compañera aburrida de veras. No habla nunca y,
cuando habla, no dice más que disparates.”
Pero debía de sentirse un poco culpable y, a los
pocos días, se presentó con un paquetón: “Mira, he
encontrado a un amigo mío pintor y le he comprado
un cuadro para ti. Estarás contenta, ¿no? Decías
que el arte te interesa. Pues ahí lo tienes. Átatelo
bien porque, con lo distraída que tú eres, ya veo
que acabarás por perderlo.”