Pero los días transcurrían iguales al borde
del estanque. Arturo había decidido pescar
él sólo para los dos, y así Clementina
podría descansar. Llegaba a la hora de
comer, con renacuajos y caracoles, y le
preguntaba a Clementina: “¿Cómo estás,
cariño? ¿Lo has pasado bien?”. Y
Clementina suspiraba: “¡Me he aburrido
mucho! ¡Todo el día sola esperándote
“¡ABURRIDO!”, gritaba Arturo indignado.
“¿Dices que te has aburrido? Busca algo
que hacer. El mundo está lleno de
ocupaciones interesantes. ¡Solo se aburren
los tontos!
A Clementina le daba mucha vergüenza ser
tonta, y hubiera querido no aburrirse
tanto, pero no podía evitarlo.