Y aquella misma noche, Arturo llegó
con un hermoso tocadiscos, y lo ató
bien a la casa de Clementina,
mientras decía:
“Así no lo perderás
¡Eres tan distraída!”.
Clementina le dio las gracias.
Pero aquella noche, antes de
dormirse,
Estuvo pensando por qué tenía que
llevar a cuestas aquel tocadiscos tan
pesado en lugar de una flauta ligera.
Pero después, avergonzada, decidió
que tenía que ser así, puesto que
Arturo,
tan inteligente, lo decía.
Suspiró resignada y se durmió.