Página 12 - Barba Azul

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—No lo sabes, repuso Barba Azul, pero yo sí lo sé.
¡Trataste de entrar al gabinete! Pues bien, señora,
ahora entrarás y ocuparas tu
lugar junto a las damas que
allí has visto.
Ella se echó a los
pies de su
marido, llorando
y pidiéndole
perdón, con todas las demostraciones de un
verdadero arrepentimiento por no haber sido
obediente.
Habría enternecido a una roca, hermosa y afligida
como estaba; pero Barba Azul tenía el corazón
más duro que una roca.
—Hay que morir, señora, le dijo, y de inmediato.