LA EDUCACIÓN

D. José Gras considera la educación como “una nueva creación”, es decir, la educación, en cierto sentido imita la obra creadora de Dios, al trabajar para moldear al educando y ayudarle a sacar lo mejor de sí mismo. La educación, por tanto, continúa la acción de  Dios y de Cristo cooperando a que el educando cree su propia personalidad, contribuyendo a formar su carácter y a perfeccionarse.

El objeto de la educación es iluminar la inteligencia del hombre con la verdad y fortalecer su corazón con la virtud o el bien, sin olvidar que para D. José Gras, al referirse a la verdad, se refiere a Dios, que es “la Verdad y el Amor”. Poseer esta verdad es conquistar el Reino del Bien Universal.

Cristo, dice D. José Gras, es la “Verdad activa y objetiva a un tiempo” y, por tanto la verdad objetiva de la educación es Cristo y la misión primordial del educador será llevar al educando al encuentro con la VERDAD.

En cuanto al objeto de la voluntad, la virtud o el bien, también D. José Gras lo identifica con Cristo, “el Bien individual, social, universal, inmenso eterno e infinito”.

Así pues, la Educación  procura a la inteligencia el conocimiento de la verdad y ayuda a la voluntad a practicar el bien.

De aquí que la meta de la educación que se imparte en los Colegios de las Hijas de Cristo Rey es Cristo para que a través de esta educación llegue a reinar en el corazón de los alumnos. Poner, por tanto a Cristo como centro y fin de la educación, supone educar conforme a su doctrina y ejemplos.

Basada la educación que impartimos en los ejemplos de Cristo, guiada por las enseñanzas de la Iglesia y tendiendo en cuenta las necesidades de la sociedad actual, promueve, una visión espiritual frente al materialismo, austeridad frente al consumismo, preocupación por los demás, frente al egoísmo, libertad interior frente a una sociedad que manipula.

EL EDUCADOR

La misión del educador, dice D. José Gras, es “grande y sublime”, en efecto, debe, no sólo transmitir conocimientos, sino disipar el error con la verdad y fortalecer la voluntad con el bien.

Es una misión hermosa que exige al educador mantener un gran equilibrio para llevar al alumno a la formación de su personalidad en todos sus aspectos, prepararlo para abrirse progresivamente a la realidad y capacitarlo para formarse una concepción cristiana de la vida.

El educador cristiano tiene como modelo a Jesucristo que es “Maestro infalible y, como tal, el único EDUCADOR por derecho propio…” De aquí que en nuestros Centros se le reconoce como tal Maestro y, por su parte, el educador se considera discípulo de Cristo y, al mismo tiempo apóstol de Cristo al que anuncia con su palabra y sobre todo, con su testimonio que es el primer medio del que debe valerse en la educación, procurando llevar a los alumnos hacia el conocimiento y amor al Maestro perfecto: Cristo.

En verdad, el educador sabe que es un delegado de los padres para la educación de los hijos y, por tanto, que debe continuar la acción educativa de los padres que son los primeros educadores y a los que no puede suplantar, sino completar la formación que estos les dan.

La eficacia en la labor educativa depende, en parte, de la relación que el educador mantenga con el educando, de su trato con él.

Fundamental en este sentido es que la relación con los alumnos se base en el amor. D. José Gras afirma en este sentido, refiriéndose a los educadores,                  “Como Cristo, han de amarlos y atraerlos al amor suavísimo del mismo…”

El amor es, pues, el que preside nuestra actividad como educadores, sin menoscabo de la autoridad, procurando que el educando se sienta libre para expresarse, porque percibe que se confía en él, estimulándolo y motivándolo para su aprovechamiento intelectual y moral.

Todo esto exige paciencia y perseverancia, dominio propio, creer en el alumno y sus posibilidades, estimulándolo constantemente; entrega y espíritu de servicio, cuidado y vigilancia para ayudar al educando a progresar día a día en su formación.

LA FAMILIA

En la obra de la educación los más comprometidos son los padres de los alumnos; ellos son los primeros educadores y los más interesados en que sus hijos alcancen una educación integral.

Así escribe D. José Gras, “los padres, como delegados de Dios, son los únicos que han de llenar la función de iluminar y guiar a sus hijos saludablemente en el camino de la vida, por sí o por medio de subdelegados suyos, que son los maestros”.

El papel de los padres en la educación de sus hijos es insustituible y es su principal deber.

D. José Gras afirma: “la educación cristiana de los hijos es el deber más augusto de los padres, pues más que cuidar de la vida del cuerpo, es cuidar de la vida intelectual y moral”.

Pero, no sólo tienen deber, sino también derecho de educarlos y este derecho tiene su origen en el amor conyugal, cuyo fruto –los hijos- necesita ser cuidado hasta la madurez.

Este derecho es, a veces, hoy como ayer, negado; es el caso en que no se respeta el poder elegir el centro o el carácter  de educación que ellos desean para sus hijos.

Ahora bien, el deber y derecho de educar a los hijos lleva consigo responsabilidades concretas y necesarias que pueden resumirse así

Ejemplaridad

El ejemplo, el testimonio es fundamental en la educación de los hijos. Al ser la familia el lugar fundamental de educación y ser los padres los primeros educadores, éstos deben dar en todo momento ejemplo, testimoniar una forma de vida transparente, en la que no hay nada que ocultar, que responde a lo que se les pide y aconseja a los hijos y esto, con constancia, en la vida diaria que, en realidad, es lo difícil, pues es fácil ofrecer ejemplos esporádicos de vida, pero no tanto la manifestación permanente de esa ejemplaridad.
Difícilmente el niño y, menos aún, el adolescente y el joven, aceptarán los consejos que no vean reflejados en quien les aconseja

Vigilancia amorosa

Es también responsabilidad de los padres la vigilancia amorosa. En efecto, la educación es trabajo de amor cuidadoso y vigilante. Es lo que los padres deben hacer con sus hijos, corrigiendo, advirtiendo, sin condescender con todos sus caprichos, moldeándolos. Y eso supone vigilancia de parte de los padres, cuidado amoroso.

Coherencia en la educación

El haber elegido un Centro y un tipo de educación, supone para los padres el deber de ser coherentes y mantener los valores en los que desean se eduque a sus hijos. Si falta corresponsabilidad, se entorpece del desarrollo de los mismos; si no cooperan con el Centro y con el tipo de educación que ellos mismos han elegido, es difícil que los hijos respondan convenientemente.